Se ha cristalizado el mundo y puede quebrarse al roce de un sonido.
Que repose,
que descanse su segundo,
escribo bajo, me fundo poco notable, yo iré bajo,
bien bajo,
lo sé,
bajo,
sueña tu vidriar,
que refresques el girar.
Bien bajo así teclearé.
Sin que nadie ponga el ojo.
Sin desvidriar la tensión del viento.
Mi corazón también es de cristal rojo y a menudo lo recojo hecho astillas.
Puzle frío
puzle
descompleto y mío.
Perdón por alzar la hoz, digo (bien bajo): La voz.
Perdóname si algún río ha comenzado a correr desde una orilla hacia el centro.
Perdona si desconcentro su cristal,
a socorrerte iré, calmo,
bajo, perdóname tanta osadía.
Perdón por la poesía
nunca ha sido el argumento.
Sólo me brinda un fragmento
del cristal que rompería.
para Sinecio Verdecia
Me quito el rostro y debajo
hay otro rostro y lo quito.
Tengo un rostro que está inscrito
y un rostro que el viento trajo.
Tengo un rostro con que ultrajo
el close up de cierta foto.
Tengo un rostro que es ignoto
de tantos ser a la vez.
Hoy llevo un rostro al revés
encima de un rostro roto.
Según la pasión lo opuesto
y según la jaula el canto.
Con un rostro me levanto
con otro rostro me acuesto.
Si algún día a Dios le presto
un rostro para no ser
no filmen queriendo ver
el rostro que me incrimina.
Tengo un rostro que camina
sin las piernas de volver.
La quietud de tanta prisa
lleva en su rostro mi cara
zurcida. ¿Será la escara
de este siglo que agoniza?
El rostro de la ceniza
da su jaque en el tablero.
Cuando nací lo primero
que trataron de callarme
fue aquel llanto por quedarme
con un rostro verdadero.
Una lengua traspasada
por un cuchillo ancestral.
La sangre de un animal
nerviosa en su marejada.
Una lengua acuchillada,
la sangre olvidando olvidos,
un cuchillo entre fluidos,
la lengua recia de rojo
destello, la lengua, un ojo,
un animal sin gemidos.
Un cuerpo lustrado en trance,
un cuerpo de lengua rota.
Diluvia de chorro a gota
la sangre para que dance
el cuerpo, y es el balance
del malva animal que mengua,
y al animal lo deslengua
el cuchillo que lo raja
y ese enigma cae, se encaja
otro cuchillo en su lengua.
Lengua de hombre y de vaca.
Cuchillo de óxido ambiguo.
Tiñe la sangre el antiguo
verde: frescor es la albahaca.
Un cuchillo como estaca
sujeta el ritmo convulso
del lenguaje, no hay impulso
mayor al quedar sin sangre
que tejer en un palangre
todo el latido del pulso.
Un animal se vacía
y así le rellena al hombre
el arroyo donde el nombre
es una roca baldía.
La lengua en su cofradía
de ser lengua y ser cuchillo
se enrosca como un anillo,
aprieta fuerte a la aurora
y con prisa se demora
hasta sacar su colmillo.
Comienza a morder, se hincha,
pare tres brazos, sudores.
Se retuerce, aborta olores,
humedece en luz, relincha.
Se dice lengua. Le pincha
a cada verbo el alcance.
Será lengua mientras lance
sus augurios sobre el ojo.
Ya es lengua, es decir: abrojo,
cataclismo, un Dios en trance.
para Adriana, y sus muñecas
Abrió sus muñecas. Brota la sangre como cortina de sangre con nicotina, de sangre en cascada rota, de una sangre que rebota entre los muertos y vivos, de sangre con sustantivos tan lentos como una mula, de sangre que se acumula entre charcos suspensivos…
De sangre es un recipiente, un ánfora carmesí.
Desde el suelo
el bisturí se ahoga en llovizna hirviente de sangre
y después
hiriente
crepuscular
llega el frío
se posa
congela el río, cada raíz se fragmenta.
(Dios filma en cámara lenta).
El cántaro está vacío.
¿Sobre cuál hombro te secas, qué sangre pudo escogerte, qué mago logró coserte sin temblar las dos muñecas?
La nitidez de tus pecas gana la luz de un rubí repartido.
Un colibrí entre sus alas te absuelve.
¿Y por qué tu sangre vuelve
a la sed del bisturí?
En la taberna El Infinito, junto a Efraín Morciego.
Otro de la fila, un
dígito más. Proyección
del fósforo en la fricción
cotidiana, gris, según
el canto, la espuma, el tun
tun tun en la puerta… Pase.
De mesero un kamikaze
convidándome al cianuro.
Ralph Ellison sin futuro.
Lezama sin quien lo abrace.
Repaso las sierpes, hace
doce Lorcas que no escribo
cuatro Vallejos que vivo
sin Bukowski que repase.
Virginia Woolf me rehace
los iris de gigoló.
Noches de un sí y nunca yo,
tardes con Sor Juana, intento
en vano entrar al convento
Vargas Vila lo saqueó.
Un vino de arroz Li Po.
Ya sale J L B.
El ojo que no te ve
Machado lo revendió.
Ahora o nunca: ¿Ya pasó
mi cuerpo junto a su grito?
Iluso soy, resucito.
Me vuelvo a dormir, después
vuelvo a dormir. ¿Qué hora es?
¿Cuándo cierra el infinito?