En varios textos desde principios de la década de 1990, he afirmado que la décima y su evolución dentro del ámbito iberoamericano han creado un complejo cultural formado por todos los elementos adjuntos de la improvisación: poetas repentistas, intérpretes, músicos acompañantes, instrumentos musicales, y algunos otros aspectos propios del espectáculo: presentadores, implementos electroacústicos, plataformas de presentación, grupos de danza, y vestuario adecuado para el caso. Para una buena presentación pública, se necesitarán guiones y, por supuesto, guionistas, de modo que nada quede a la sola espontaneidad, ni siquiera el repentismo, o sea, la improvisación directa y espontánea del poeta o la controversia, careo entre dos o más improvisadores, todo lo cual suele ser muchas veces refrenado por ensayos previos y hasta por la buena memoria de los contendientes.
En el futuro, se precisará de un estudio que caracterice la existencia de este complejo cultural. Qué es, cómo se define en cada comunidad cultural, cuáles son sus perspectivas… Su riqueza dentro del territorio cubano implica que su desatención sea un escándalo de lesa cultura nacional. Ello es labor multi aspectual y requerirá de diversos especialistas en común para su estudio en detalles, desde músicos y filólogos hasta etnólogos que incluyen folcloristas, psicólogos y sociólogos, y otros.
El trabajo más personalizado del improvisador tiende a veces a un profesionalismo un tanto distante de la espontaneidad de la antigua canturía, porque se le ha dado más importancia al guateque, a lo festivo, que a la improvisación de viva voz, libre y sin trabas de oídos atentos a desperfectos estróficos o a altibajos sonoros. La improvisación se ha ido convirtiendo en un «número» más, si bien central, del espectáculo.
Todo ello forma parte de fenómenos actuales de una evolución indetenible, a la que no está bien ponerle cortapisas en función de la «legitimidad», de una supuesta décima campesina, que en muchos casos de campesina solo le van quedando los temas, cuando los poetas se refieren al campo y lo campestre en tales espectáculos. Sigue existiendo, claro está, una décima campesina que no es a la que ahora me estoy refiriendo: la del guateque prefabricado para el espectáculo, asunto citadino si los hay. Y sabemos que es tan larga en el tiempo la tradición de la décima en las ciudades como en los campos.
Aunque estas particularidades superan la evolución de la décima en Cuba, es en este país donde la variante bien llamada espinela se muestra con mayor grado de especificidad. Quizás el complejo cultural de la décima está adaptándose a los nuevos tiempos y lo que ahora se tiene por una adulteración, mañana ya será una tradición definida. Esto, por supuesto, no implica que intentemos deshacernos críticamente del mal gusto populista, ni tampoco que dejemos a un lado el estudio versológico de la estrofa, que constituye un nivel de análisis diferente. La décima, de origen culto en el siglo XV y devenida espinela en el XVI, es un fenómeno estrófico singular que comparte la tradición escrita, de varios siglos, con la más reciente pero también legendaria improvisación oral.
Es cierto que sobrevive entre el campesinado cubano la espontaneidad oral decimista, de abierto sentido expresivo de esta clase social. Pero ello requiere más indagación, algunas ya efectivas y útiles realizadas en la Universidad Central de Las Villas y en centros especializados en música. Los estudios actuales no están haciendo mucha diferenciación entre una décima citadina dada al espectáculo y la propia de la oralidad más folclórica o de evidente expresión clasista campesina. La «décima para espectáculo» incluso debe cumplir otros requisitos no propios de la estructura estrófica, pero sí de sus temas y maneras de ser cantada. Creo que se precisa profundizar esta línea de trabajo, en un país donde es fundamental, pero donde no existen equipos sistemáticos de investigadores de esta legítima tradición identitaria de la cubanía. Abundan más los estudios sobre la tradición escrita que sobre el desarrollo de la oralidad cubana o de lengua española. Y la décima posee ventanas hacia muchas direcciones.
En los estudios sobre oralidad suele olvidarse, a veces demasiado burdamente, que la décima es una estrofa de la tradición literaria, de la evolución de la poesía de la lengua española, y que, como tal, queda inmersa también en dos direcciones peculiares: en el libre cultivo de cualquier poeta de mayor o menor renombre, sin interés cancionero, y en estudios filológicos que se preocupen no ya por sus peculiaridades en la oralidad, sino por su cualidad de materia propia de análisis para la crítica y la historiografía literarias, o sea, de la literariedad del texto. Así como en las historias de la literatura, sobre todo en la cubana, se ha solido obviar el gran aporte de la oralidad y en concreto de la décima, tampoco se distingue una crítica sistemática a las artes orales ni a la numerosa publicación de libros de décimas, que la mayoría de las veces pasan sin ser notados. Se infiere que sin un aparato inteligente detrás de estas dificultades, seguirá ocurriendo lo mismo en los años sucesivos. La oralidad, y la improvisación decimista dentro de ella, también merecen su crítica propia especializada, hoy inexistente o ejercida por los propios repentistas.
Ese aludido complejo cultural que hace años definí en algún libro mío, aún requiere de mayores estudios al detalle, pero de hecho no puede prescindir de la amplia y antiquísima proyección de la décima escrita, y no sería bueno que los estudiosos de los fenómenos de la oralidad la ignoren, ni que los filólogos (o mejor, los investigadores y críticos literarios) hagan vista gruesa ante el popular camino de la décima improvisada. En verdad estamos en presencia de una compleja conjunción de escritura y oralidad, con fronteras muchas veces imprecisas, que no debería desequilibrarse a favor de una de las partes, aunque cada una logre tener sus especialistas. No hay verdadero complejo cultural de la décima si se deja fuera de él a la estrofa en su cultivo no oral.
Es evidente que en el campo historiográfico y de la crítica literaria la décima tiene mucho terreno inexplorado, ya sea desde la fundamentación de su real origen en el siglo XV, de su momento de auge máximo (sobre todo de la bien llamada espinela) en el Siglo de Oro, o incluso de la frecuencia de uso por poetas de la lengua española del siglo XX. Hablo de estudios de conjunto y no de crítica literaria sobre la labor de obras concretas y personalidades, lo cual tampoco abunda. No se ha discernido el papel de la décima en la poesía llamada «culta» de la lengua española, sobre todo en los siglos XIX y XX. Pero incluso aún carecemos de estudios que precisen la frecuencia de uso y la exacta importancia de esta estrofa en el teatro y en la poesía general del siglo xvii hasta nuestros días, hecho conocido, pero no bien caracterizado.
En tanto, se sigue perdiendo mucho tiempo en discernir si fue Vicente Martínez Espinel o no el inventor o el innovador, lo cual, a mi juicio, ya es una discusión superada. Espinel, poeta y erudito, una de las figuras más altas de la intelectualidad de lengua española en su tiempo, no precisa ahora detractores o defensores, pues una discusión sobre su autoría (el mejor conjunto de espinelas escritas en el siglo XVI) es ir por las ramas, no tomar la raíz y la onda expansiva por su centro neurálgico, lo que se convierte en una distracción innecesaria para ahondar en lo necesario: qué significa esta tradición estrófica, cómo se convirtió en uno de los puentes intercultural de la lengua española y el valor de su sobrevivencia en libros y canturías ya en el siglo XXI. Es preciso superar lo adjetivo y poner la vista más detenidamente en lo que en verdad importa. Quien se limite a buscar «plagios» formales, incurre en el error de no advertir que dentro de ningún idioma las formas poéticas nacidas en él se plagian: son medios comunes para la expresión, cualquiera que sea el sitio o la o las personas que las crearon, si es que por fin una sola existiera. Tal tipo de discusión desvía y entorpece el mejor camino de la mutua comprensión y de los mejores descubrimientos y desarrollos investigativos.
Observando el estado de los estudios sobre la décima, en especial los que se han desplegado en coloquios en la última década, se verá un interés mayor por la particularización crítica, que por el estudio evolutivo, diacrónico. Cuando este último se ofrece, nadamos en la mar de lugares comunes, de repeticiones de conceptos, que revelan carencias de sistematicidad e indagación profunda. Esta materia no es solo ejercicio de coloquios, hay que especializarse y detenerse durante mucho tiempo en análisis de hipótesis, lo cual no quiere decir que el investigador tenga que abandonar otras zonas de estudio de su preferencia. No hay que confundir la crítica con la investigación, ni el ensayo de fondo con el artículo de divulgación. Hoy día, en los planos de los estudios sobre la décima, esto es demasiado frecuente. La improvisación es esfera de los poetas populares, no de investigadores y ensayistas.
La décima, como complejo cultural oral y escrito, precisa de una sistematicidad de estudios que está lejos de haberse alcanzado; cuando se ofrecen alternativas y hasta financiamientos, suelen dirigirse a los asuntos populistas, o populares en el mejor caso. Se precisa que centros ya existentes, con preferencia universitarios o de investigación, acojan con hondura y planificación el multi estudio estrófico de todo el complejo cultural, pero es utópica la cuestión si las autoridades culturales de los países donde el fenómeno decimista se desarrolla, no apoyan la gestión. En este sentido me parece ejemplar la labor desarrollada por una fundación privada brasileña del Nordeste, en Paraíba, y el apoyo de la Universidad de ese estado, capaces de editar voluminosos diccionarios y reiterados estudios del repentismo nordestino, sin dejar fuera a los poetas llamados «cultos», que en esa región del Brasil han cultivado la décima.
En Cuba, las universidades, las fundaciones afines y hasta los centros que se han creado para el ahondamiento en la tradición decimista, no desempeñan aun el papel que deberían, en un país donde el asunto está relacionado con la identidad cultural de la nación. Todo queda casi siempre del lado de la espontaneidad y no de la respuesta institucional a la necesidad. Un coloquio de esta naturaleza también debería tener sesiones para discutir estos asuntos y pasar sus recomendaciones a los Ministros de Educación, Cultura, presidentes de fundaciones y de instituciones de investigación, rectores y decanos, directores de ciertas revistas; y otros centros y organizaciones con afinidades temáticas. El asunto no consiste en crear nuevos centros, con intereses a veces centrados por quienes los crean, o solo para sostener peñas o cultivos de la estrofa, sino aprovechar los existentes y apoyar de manera decisiva el surgimiento de grupos de estudios permanentes de este complejo cultural, con ramificaciones serias hacia las universidades. Y que los coloquios lleguen a ser terreno de discusión no improvisado de ponencias, no de ponencias hechas a carreritas para justificar participaciones, sino sedes de diálogos de expertos en una materia que requiere tenerlos.
Los coloquios actuales (1991-2018), cuando se ofrecen con alguna seriedad, suelen dirigir sus intereses a los de sus organizadores, muchas veces más inclinados a los fenómenos de la oralidad que a la imprescindible conjunción estudiosa. Es de poca fortuna que la convergencia de investigadores y de creadores no sea mayor, si bien esto es comprensible por la carencia aun de una real entidad internacional especializada en tales estudios y la falta de recursos de los propios investigadores y artistas para lograr un concierto mayor. Las mejores investigaciones sobre la décima y sus implicaciones culturales siguen estando en personas que se esfuerzan por llegar a conclusiones válidas, aunque lo que se requiere es el conjunto especializado y no el francotirador limitado por sus propios intereses o información. Rara vez en una publicación periódica cubana se incluyen tales estudios, porque también rara vez se atiende en ellos al fenómeno cultural de la décima.
Si los actuales coloquios declinan por exceso de reiteración de temas o por carencia de recursos de concertación, se detendría incluso la ganancia relativa que resulta producir estudios siquiera sea para participar con ponencia en ellos, lo cual, por supuesto, es insuficiente, pero es un paliativo a la necesidad planteada. Para su propio futuro, a estos eventos les va llegando la hora de la discusión metodológica, de la planificación a largo plazo incluso de sus temas centrales de discusión, para que no se conviertan solo en eventos de turismo cultural, alejados de sus mejores propósitos de encuentro, divulgación y estudio profundo de resultados previamente alcanzados, sin reñir con la posibilidad de que sean en efectos muy interesantes para un buen turismo de la cultura. No basta con celebrar un coloquio anual si este no se ha preparado bajo temas, direcciones de análisis, búsqueda de especialistas que se incorporen al diálogo y otros aspectos que los conviertan en menos improvisados de lo que hoy son. Su conveniente organización por centros investigativos y universidades, determinaría el desarrollo cualitativo que se requiere.
La décima tiene puntos fuera del punto, ella es un fenómeno antiguo que requiere especialización multiaspectual; no podemos conformarnos con estudiarla solo en su presente, obviando su rico y en muchas partes inexplorado ayer de seis siglos. Tanto esfuerzo aun hoy un poco anárquico o individualizado, no debe quedar solo. Estamos en presencia de una cultura viva en la conformación de unas memorias de coloquio.
Que vive de su propia tradición. Este tipo de discusión merecería tiempo de debate en cada coloquio que se desarrolle. El asunto no consiste en que una persona o un grupo de ellas brillen por su talento, sino en ofrecer lo mejor, el rescate y brillo de una excelente tradición de la cultura iberoamericana escrita y oral. Ella y no nosotros es la protagonista. Para Cuba, ese complejo cultural de la décima debe ser considerado y reconocido no solo como patrimonio de la Nación, sino asimismo debería lograrse su reconocimiento como patrimonio de la humanidad, pero todo el complejo cultural, y no solo el repentismo.
Va siendo hora de que también se discutan métodos, estrategias, necesidades, exigencias, cómo salvar dificultades, distancias, faltas de recursos y de divulgación oportuna, y cómo continuar encontrándonos sin repeticiones chatas, sin que comencemos a girar en círculos alrededor de nosotros mismos. O sea, el asunto necesita de una política cultural definida, y para ello hay que hacer conciencia desde la creación artística e investigativa, a las capas directivas de la cultura. Los coloquios en diversos países ya son algo, van conformando a su vez una tradición, pero mientras sean aves aisladas, no se hará el verano necesario, o mejor, la amplia primavera. Hay que atraer el interés futuro de personalidades estudiosas de la poesía en todas sus manifestaciones y de todas partes. La décima puede ser el eje de encuentros en que ella prime, pero en la que no sea la única anfitriona; en que el estudio de la oralidad tenga su reino, pero no centrando en ella casi absolutamente los futuros encuentros. Estos no son solo encuentros sobre oralidad, es preciso reconsiderar altamente el valor de la décima que aún decenas de poetas escriben y canta y aman a lo largo y ancho de los territorios del idioma. Si no lo entendemos así, el futuro llevará los debates al cansancio y al agotamiento.