Oscar Hurtado

“Habito feliz el reino de las cosquillas
donde todo se encuentra sin buscarlo;
donde todo es posible, como en la ciencia ficción.
Pero estoy seguro de que no encontré
la pluma que Cervantes se incrustaba en el muñón”.
La literatura existe sin que sepamos en qué consiste.

Oscar Hurtado.

Los especialistas de la ciencia ficción obsequian al escritor y periodista cubano Oscar Hurtado (1919-1977) el título de progenitor del género en Cuba. Fundador de la primera colección editorial cubana de literatura de suspense, terror y ciencia ficción y cultivador de casi todos estos géneros, a pesar de que no se destacó como escritor en muchos de ellos.
Se le conoce también como el padre de la literatura fantástica, policiaca y de terror en la Isla caribeña. Hijo de pescadores, aprendió a leer desde los dos años, el amor por la ciencia ficción le llegó al escritor de las lecturas de su niñez. Cuentos de viajes y aventuras, donde lo importante no eran los personajes, sino las fantásticas historias, que habitan protegidas tras las cubiertas de los libros de la infancia.
Oscar fue el creador y director de la colección Dragón, primer sello cubano que propagó la literatura policiaca, fantástica y de ciencia ficción en la isla y facilitó el conocimiento de los clásicos mundiales como Ray Bradbury, Isaac Asimov, Arthur Conan Doyley, C.S. Lewis. Hurtado creó la colección Fénix, dedicada a promover la poesía cubana y Cuadernos R, para igual función en la prosa. Así mismo, los prefacios de las primeras ediciones cubanas de La guerra de los mundos de Herbert George Wells y de Las aventuras de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle fueron escritos por Oscar Hurtado.
Publicó los poemarios La seiba (1961), La ciudad muerta de Korad (1964) y Paseo del Malecón (1965), el libro de cuentos Carta de un juez (1963). Coautor, con Évora Tamayo, de Cuba: cien años de humor político. Escribió un ensayo sobre pintura cubana (Pintores cubanos, 1962) y varios artículos relacionados con las artes plásticas, cosmonáutica, ajedrez, ciencia y ficción, misterios arqueológicos y otros. Dirigió además, otras colecciones dedicadas a divulgar la prosa y la poesía nacional.
Compiló y prologó Cuentos de ciencia ficción, publicados en 1969, donde se incluían autores cubanos y extranjeros. Expresó en sus prólogos el desencanto que le provocaba la clase intelectual establecida, la oficial, la que no responde a los intereses del alma.
Después de su muerte, casi toda su obra; incluso algunos relatos inéditos, se recogieron en el volumen Los papeles de Valencia el Mudo.
Engavetados reproduce, en esta ocasión, tres poemas de Oscar Hurtado publicados en La Ciudad muerta de Korad. El primero con el nombre que da título al libro. A continuación Los silencios y Respiraciones, todos con una visión muy particular de este mundo imaginario.

 

La ciudad muerta de Korad

“Habito feliz el reino de las cosquillas
donde todo se encuentra sin buscarlo;
donde todo es posible, como en la ciencia ficción.
Pero estoy seguro de que no encontré
la pluma que Cervantes se incrustaba en el muñón”.
La literatura existe sin que sepamos en qué consiste.

Oscar Hurtado.

La ciudad muerta refleja el frío de mi piel.
Su puerta, de verde bilis pintada,
es cadáver insepulto en tierra feroz de sonrisas.
Voy entre los grandes vientos de Marte
hacia la ciudad muerta de Korad.
La soledad del aire no responde a mi soliloquio.
Sabor de serrín y lengua hinchada.
Paso por el abismo de sus calles
con mi boca seca y mi inútil oficio de árbol grande.
Ellos quieren podarle su corona
a la hora en que sube la marea en los canales;
ahora y en la hora en que mi voz justa
te busca en esa torre
donde mi eco te nombra, Dejah Thoris.
Sirena de crepúsculos y de noches,
yo quiero engendrar en tu belleza
el fruto largo tiempo retenido;
y en la tibia medianoche de un estío
derretir el frío que siempre te devora.
Voy hacia ti, trenzando mis dedos en tu cabellera.
La mano se detiene suavemente en su seda;
pues más suave que el agua es tu cabello.
Me duermo y me abandono.
Blanco cementerio de guerreros
matados en noche de dos lunas
por vampiros hinchados como arañas.
Se alegran después del banquete y cantan:
“Somos la vieja secta del Cosmos
que con celo de vestales a la inversa
vigila el surgir de la llama votiva.
Aparecemos con nuevo nombre
en busca de la misma sangre.
No podemos vivir de nosotros mismos;
no producimos obras ni arrojamos sombra.
Incapaces de crear, destruimos con la lengua.
La lengua es nuestro prepucio a circuncidar”.
Dos lunas, dos ojos tiene la noche de Marte.
Voy a luchar contra los vampiros que despiertan;
los vampiros de metano llegados de Júpiter.
Señorean la ciudad muerta de Korad;
ciudad suave de sombras y de frías colinas,
donde mi princesa refugia su soledad.
Mi memoria me lleva a los planetas
mientras recorro ciudades marcianas
al encuentro del rey de los vampiros
al encuentro de la noche y mi princesa
que aguarda en el centro de la cúpula
que se levanta en el centro de la torre
que está en el centro del laberinto.

 

Los silencios

Cabaña, cabaña. Muralla, muralla.
Escucha, cabaña. Oye, muralla.
Hombre de Surippak, hijo de Ubara Tutu.
Destruye tu casa, construye un arca.
Desprecia la riqueza, busca la vida.

GILMANÉS, XI,21,27

Algo surge cual nube de langostas
en el tenue crepúsculo marciano.
Algo muestra su horror, sus negras alas
en la línea sin fin del horizonte.
Son los vampiros en volar de muerte
cargando bajo el brazo sus ataúdes.
Vienen en huestes, como las malas noticias,
como las carcajadas del idiota,
o las explosiones de la tos ferina.
Se dirigen hacia la última Thule de Marte
a deshojar ciudades y libros medulares.
Los marcianos mastican su silencio.
Para los que encienden fuego
en el canal Juventia Fons,
el punto más oscuro del sistema solar,
silencio.
Para los que navegan en el crepúsculo
por los canales Dardanos, Issedon y Janais,
alterando sus colores naturales
con faroles colgados de los mástiles,
silencio.
Para los que no ven
la fosforescencia del cielo estrellado
y buscan fuegos fatuos en los cementerios,
silencio.
Para los que no ven la belleza de la Astronáutica,
como la vería Goethe con su ojo luminoso,
silencio.
Para los que en el revés de los espejos
se excusan del nuevo bautismo cantando el Kol Nidre,
Mentí, Señor, sigo siendo judío,
silencio.
Para los que enarbolan garganta de pájaro
en el lago Ismenius,
silencio.
Para los que gastan la cola del pavo real
barriendo brumas de hadas en los bosques de Japygia,
silencio.
Para los que pescan por tedio
los peces de colores del canal Astaboras,
silencio.
Para los que, sorprendidos
por ilustres visitantes en la cocina de su casa,
no repiten con Heráclito:
Entrad que aquí también están los dioses,
silencio.
Para los que no piensan así con Bernard Shaw:
Yo comprendo todo y a todos y soy nada y soy nadie,
silencio.

 

Respiraciones

Oh, Egipto, de tu religión no quedarán sino algunos cuentos…
Hermes Trismegisto (ASCLEPIOS, XXIV).

En los aluviones del canal Xanthus,
entre las regiones de Electris y Faetontis,
recordé al amigo perdido,
a Tras Tarkas, Jeddak de Tark,
muerto en el primer combate
contra las huestes de Júpiter
por el colmillo del rey de los vampiros.
Pensé invocar su sombra, su ayuda,
para aumentar el largo de mi brazo.
Sé que no debe invocarse a los muertos
tocados por el nosferatu,
pues vuelven convertidos en vampiros
sedientos de sangre,
y, a los muertos, con sangre hay que atraerlos.
Pero yo necesitaba
de los brazos del Jeddak,
y deseaba contemplar
su rostro verde de marciano.
En el agua hiperbórea del canal de Xanthus
lagartos de una sola noche habitan.
Mis palabras de conjuro
rompieron el espejo del agua.
Ondas de inquieto líquido
ahuyentaron los peces hacia el fondo
de algas y amarillo cieno.
Las sabandijas de abajo
tienen abierta la boca
en espera de los peces de arriba.
Bajando en serpenteante estela
los peces, en viscoso terror,
van soltando sus escamas;
y los animales que se arrastran
por el cauce limoso del canal
muerden primero las escamas desprendidas
que el agua hace girar.
Los peces luchan contra su destino,
pero terminan asimilados
en el estómago nauseabundo
de los animales que se arrastran.
Comprendí que es mentira
la representación que hacen del mundo
los constructores de pirámides.
Lo han destruido todo hasta sus cimientos
mientras hablaban de construir.
Aquí, donde la tierra es roja
y hasta el barro es bueno
y para edificar es bueno,
recuerdo la inscripción babilónica:
Todos los hombres van a matarse unos a otros,
mientras desfilo por las destruidas ciudades marcianas
al igual que los japoneses por Hiroshima y Nagasaki,
porque ya no hay nada que mirar
y los hombres son sombras en las paredes
tan inapresables como Tars Tarkas.
Pero, ¿quién puede conservar para siempre
la dulzura del paladar
y dar el salto de gacela a un costado
huyendo del lugar donde la muerte aguarda
y repetir esto eternamente?
El fuego de las respiraciones
sirve de sostén a la voz justa.
Nadie respira con pulmón ajeno;
nadie existe más allá de su pie.

  Oscar Hurtado

La Habana, 8 de agosto de 1919 - 23 de enero de 1977. Escritor y periodista cubano. Considerado el padre de la Ciencia Ficción Cubana.

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