Para Ana y Andrea, que adoriodian a los orcos.
En la Santísima Trinidad de El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion que compone el universo tolkineano, la lucha del bien contra el mal, de la luz contra las tinieblas, es el motivo de fondo. El tiempo puede transcurrir; de la Edad de los Primeros Nacidos, los aristocráticos, hermosos e inmortales elfos, se pasa a la de los Hombres. Los antagonista pueden cambiar: un archimalo, Morgoth, cede su trono oscuro a un malo-no-tan-poderoso-pero-más-astuto, Sauron, contra cuyas maquinaciones deben luchar primero elfos y enanos, y luego los humanos. Sin embargo, hay un enemigo que hasta el final se mantiene. No es la inmensa y venenosa Ungoliath, ni su aún peligrosa aunque relativamente diminuta descendiente Ella-La-Araña. No es Ancalagon el Negro ni Smaug ni ninguno de los terribles dragones, sino seres mucho menos poderosos que, mil veces vencidos aunque nunca definitivamente exterminados, se mantienen dando guerra hasta el final.
Por supuesto, se trata de los orcos. Si (sin acento, es condicional) superarañas y dragones vendrían a ser algo así como los campeones del mal, los orcos son los soldados de línea de las tinieblas, la carne de cañón oscura, el material gastable, las piezas sacrificables.
Poca memoria queda de los nombres de los caudillos orcos, si es que hubo alguno. Poco o nada dejó escrito el propio Tolkien sobre la vida cotidiana de los miembros de esta raza, que solo parecen existir por y para la guerra.
Sus orígenes tampoco resultan muy claros. En el Silmarillion se insinúa vagamente que, tal como los fortísimos, estúpidos trolls son una corrupción maligna de la fortaleza de los ents, los primeros orcos surgieron a partir de cautivos elfos torturados hasta la locura en las mazmorras del Señor Oscuro, y probablemente también corrompidos por su negra magia.
Cualquiera se preguntaría: si se dispone de poder taumatúrgico suficiente para operar la metamorfosis, ¿para qué sirven entonces los tormentos? Por mucho que se torture a un lobo nunca se obtendrá un perro, sino apenas un lobo loco, tan magullado como desesperado.
Porque los orcos no son ni mucho menos los siervos ideales del mal. No son creaciones que se enorgullezcan de su propia oscuridad, como los dragones, o depredadores cuya ética egoísta los impulse solo ocasionalmente a luchar del lado de las tinieblas como a las arañas (me gusta al final: invoco criterio del autor). Caricaturas torturadas del esplendor élfico, raza maldita desde su aparición, esclavos pervertidos por, para y de su creador, los orcos viven una eterna crisis de autoestima: se odian, se desprecian a sí mismos, como odian a todas las razas de la Tierra Media… pero (este se queda ¿qué tienes en contra de los peros, bróder) especialmente a los elfos porque su existencia les recuerda lo que ellos un día fueron. Su peor pecado, su crimen no es la caída, sino su aceptación de tal ignominia en vez de buscar la redención. En vez de morir de vergüenza por ser lo que son, los siervos del mal solo tratan de despojar a otros de su condición. Al precio que sea. No les importa quedar tuertos para dejar ciegos a otros. Su psicología es la del outsider, el forastero, el solitario, el fuera de la ley, el marginal. Se encuentran horribles y quisieran destruir a todos los que les recuerdan su fealdad. Podrían ser los soldados perfectos, porque su odio es tan terrible que los hace despreciar la muerte. No obstante, no es solo la rabia lo que hace a un buen combatiente. Se necesita luchar por algo, no solo contra algo, para poder alcanzar la victoria.
En cambio, los orcos no tienen aspiraciones propias de grandeza o encumbramiento ni iniciativa. Dejados a su aire, se esconderían del sol en oscuras grietas, comiendo alimañas blancuzcas y ciegas . O al máximo iban a emprender depredaciones aisladas y torpes contra los asentamientos de humanos, elfos y enanos, incursiones que al final fuesen su ruina, cuando los esfuerzos aunados de varios guerreros, cazadores o campesinos indignados lograran sobreponerse al asco y temor que inspiran su figura deforme, y se atrevieran a desafiar su fuerza y(deja las 3 “y”. Las conunciones copulativs no siempre son fáciles de sustituir soin muchos circunloquios) ferocidad.
No es casualidad que este sea el rol reservado por los cuentos tradicionales a los ogros : depredadores terribles, en tanto que aislados del mundo que los considera engendros, mundo al que depredan desde los márgenes sin atreverse a socavar sus mismas bases.
Solo en la obra de Tolkien los ogros se reúnen en ejércitos e intentan derrocar la hegemonía del bien, la normalidad y la luz. Si bien no lo hacen por propia decisión; ya hemos visto que el odio no basta para generar iniciativas. Es el miedo el que los hace luchar. No el miedo a la luz, a las antorchas o el acero de los “normales”, sino el miedo a algo más oscuro y (DÉJALAS, INSISTO: NO SE PUEDE ESCRIBIR COMPLETAMENTE SIN “y”)terrible que ellos mismos: el Señor Oscuro, el mal hecho carne… o al menos Ojo.
La vida lejos de la luz, despreciados por todos, obligados a asistir a la grandeza de sus antiguos parientes, puede ser horrible, aunque hay algo más horrible todavía esperando en las mazmorras a los que desobedezcan y no la afronten. Nacidos en el terror del tormento, el pánico al Gran Torturador es la única fuerza capaz de hacerlos olvidar sus recelos ancestrales y colaborar en una empresa conjunta. Mejor aún si esta es diseminar la muere y la destrucción entre los normales que los desprecian y odian. Donde hay un látigo, hay un camino, y si es de sangre, hierro y fuego, mejor.
La historia humana enseña que los esclavos aterrados nunca fueron buen material de ejércitos. O se les usaba como “tropas auxiliares” . O si eran realmente fieros y competentes guerreros, se les convertía en cuerpo de élite, especie de siervoseñores, cautivos, bien que con privilegios. Aunque ¿por qué obedecer las órdenes de un señor en vez de mandar uno mismo?, ¿por qué no rebelarse para hacer la guerra por cuenta propia? Sucede, por supuesto, que no hay rebelión posible contra el Gran Rebelde, el Ángel Caído, el Opositor de Iluvatar, el Valaar Renegado. Ni tampoco contra su sucesor, Sauron. Estos son poderes de otra liga. Simples elfos transfigurados en orcos están muy fuera de peso en esta contienda. La pelea sería de mono amarrado contra león. No se rebelan los ratones contra el rey de la selva, ni aún siendo cientos.
Pese a todo, una manada de ratas puede ser un arma terrible en manos astutas e inescrupulosas. Los orcos, siempre peleándose entre sí, a duras penas capaces de colaborar, que solo respetan la fuerza, son la hoja oxidada, carcomida, y aún así terrible, que esgrime el Señor Oscuro contra la Tierra Media.
(NO ENTIENDO ¿QUIERES QUITAR ESTAS DOS FRASES? ¿POR QUÉ? A MÍ ME ENCANTAN…) No es tampoco este un ejército invasor; una tropa que conquista, procura ganarse de algún modo si no el respeto, al menos la simpatía de los pueblos que vence, porque necesita reinar sobre los nuevos territorios y nadie quiere gobernar un desierto arrasado. A cambio de sometimiento, el contrato no escrito es que los nuevos amos ofrezcan supervivencia, amén de un mejor gobierno.
Lo peor es que Sauron no ofrece alternativas reales, que no hay que creer en las engañosas palabras que brotan de la boca untuosa de sus heraldos. Es la muerte o la muerte, la destrucción o la destrucción. Ni siquiera sus colaboradores están seguros; el mismo orgulloso Saruman descubre demasiado tarde que no es un aliado en igualdad de derecho, sino solo un subordinado más, otro peón sacrificable.
El Señor Oscuro, por extensión sus fieles orcos, no quieren gobernar a los habitantes de Arda tal como son. Quieren borrarlos, para regir una tierra habitada solo por sus corruptas creaciones. El ejército orco no quiere prisioneros, no acepta rendiciones, solo busca la destrucción total. Es una legión de exterminio, una horda destructora como no lo fueron las peores incursiones de los caribes o los vikingos ni las columnas del fiero Timurleng devorando Asia, como apenas si se atrevieron a serlo las divisiones de la Wërmacht nazi conquistando Europa.
Es por eso que, aunque el miedo a su terrible y astuto comandante sea su mayor talón de Aquiles, son de todos modos un ejército temible. Su fuerza es que no tienen retaguardia que proteger ni a la que regresar victoriosos o vencidos. No son los hijos escogidos de un pueblo que marchan al frente dejando atrás mujeres, padres e hijos vulnerables. Es un pueblo-ejército, la guerra total convertida en nación, una cultura sin civiles no combatientes. Un orco pacífico es tan inconcebible como un elfo humilde o un hobbit frugal. Todos siempre van armados, la armadura es para ellos como una segunda piel, luchar un lenguaje que dominan con mucha más maestría que la propia y ríspida Lengua Negra. La batalla es lo que los define, a la vez que esclaviza.
Se podría decir que desde pequeños llevan armas, que aprenden a combatir antes de gatear… si no fuera porque nunca habla Tolkien de cachorros orcos. Ni de hembras, ni siquiera con la elíptica referencia a las enanas “que son pocas y no se distinguen mucho, porque también tienen barbas”. Es justo ahí donde cualquier antropólogo se llevaría las manos a la cabeza y aullaría: “¡imposible!; un pueblo-ejército formado solo por varones es un callejón sin salida demográfico”
En efecto, la historia humana conoce sociedades guerreras similares, formadas solo por varones en edad beligerante, como los Soldados Perros de los cheyennes americanos o las órdenes caballerescas medievales, como Templarios y Teutones… la clave es que, aunque muchas poseyeran un rígido y excluyente espíritu de casta elegida, todos eran hijos de mujer y sus filas se alimentaban de las de la cultura o etnia a la que pertenecían. ¿Cómo se autoperpetúa una raza sin hembras? ¿Por generación espontánea?
Aún suponiendo que los orcos hayan conservado, si no la inmortalidad de los elfos que fueron, al menos su larga vida, su misma razón de ser es convertirse en carne de cañón. Y si mueren a racimos bajo las armas de los ejércitos de la luz… ¿cómo podrían las hordas negras reponer sus efectivos?
¿Acaso eran tantos en un principio que todavía al final de la Tercera Edad quedaban suficientes como para formar ejércitos? No, porque con todas las bajas sufridas batallas tras batalla habría que suponer que el contingente inicial era tan numeroso que los defensores del orden de Arda hubieran perecido arrollados por la simple fuerza de su número.
¿Y si algunos hubiesen esperado dormidos, como reservas, tal y como Iluvatar hizo dormir a los siete primeros enanos para que no arrebataran a sus predilectos elfos el honor de ser los Primeros Nacidos? Tampoco parece muy probable ¿Es que tan malos guerreros eran los elfos que Morgoth pudo atrapar vivos a tantos en los días de su esplendor? ¿O es que por cada elfo torturado surgían dos orcos?
Otra hipótesis, planteada por el fan noruego Björn Noberg, la de que toda hembra élfica o humana violada por un orco luego solo pariría orcos desde ese momento, resulta un poco traída por los pelos… y recuerda sospechosamente a lo que sucede con los bárbaros rogüshkoi en la novela de ciencia ficción Los valerosos hombres libres, segundo tomo de la Trilogía del Anomo del imaginativo Jack Vance. Además de ser genéticamente alambicada , me cuesta imaginar al remilgado profesor siquiera pensando en violaciones masivas como sistema de reproducción de sus ejércitos malignos: las damiselas humanas o élficas de su saga temen ser vejadas, golpeadas o devoradas por los orcos… sin embargo, ¿raro, no? nunca les preocupa ser violadas. ¿Puritanismo victoriano… o será que entre las cosas que perdieron los elfos prisioneros durante la tortura no estaba solo la belleza sino también la sexualidad y sus atributos corporales? Porque tampoco se insinúa siquiera un homosexualismo de casta militar, como el que existieraentre los hoplitas griegos o los samurais del Japón Feudal. Simplemente no pensaban en eso y ya.
El surgimiento de los Uruk-häi, tal vez por ser más reciente, está, en cambio, bien claro: el renegado Maia los crea con conjuros a partir de la tierra, la sangre humana, la piedra y alguna cosita más. Son una raza superior de orcos, mestizos de hombre, más fuertes, más altos, más astutos, y sobre todo, que no temen a la luz. ¿Vigor híbrido? ¿O el equivalente del famoso herrenvolk, los superhombres arios de los nazis?
Soldados surgidos ya adultos de la tierra como Palas Atenea de la frente de Zeus. Entonces resulta que sí se trata de generación espontánea, y aunque el serio antropólogo frunciría el ceño, no cabe duda que, desde el punto de vista puramente logístico, un ejército cuyas filas se nutren de lo inanimado tendría asegurada una reposición prácticamente inagotable de fuerzas. Al menos mientras los poderes taumatúrgicos de sus líderes no se debiliten.
Uno de los recursos argumentales que distinguen a la ciencia ficción es, partiendo de una premisa irreal, desarrollar luego lógicamente el universo que resultaría. Y aunque Tolkien ni escribía ni tenía en muy alta estima al género, es factible suponer que usó el mismo método para esbozar la “sociedad” de sus orcos.
Tomando como base el limitado concepto inicial de que ni nacen de vientre ni crecen ni añoran el sexo, J. R. R moduló una cultura mutilada, pese a ser a la vez fascinante y riquísima en su retorcimiento.
En la Tierra Media no hay mucha religión: los dioses son reales y poderosos: ¿para qué ocuparse de rendirles cultos? Los elfos, por ejemplo, inmortales, orgullosos, tan cercanos a los Valaa, son virtuales semidioses admirados, bien que no adorados por algunas otras razas. Los orcos no tienen nada parecido a un culto porque su cultura es de algún modo una teocracia. Su Señor Oscuro, a la vez Padre-Creador Comandante en Jefe y Supremo Ejecutor, fue un ente sobrenatural que se rebeló contra la hegemonía de Iluvatar, generador de Arda con su canción, negando su saber absoluto y su omnipotencia.
No son supersticiosos tampoco, porque las magias a las que temen son perfectamente reales, y de su pasado élfico heredaron una especie de sexto sentido que les avisa cuando las cosas “huelen raro” y que su paranoia de eternos objetos del odio general incrementa más aún. En cuanto a magia… con astuta prudencia, el General Oscuro no puso en manos de los que creara con la tortura poderes similares a los de los Nazgul, por ejemplo. Si los reyes humanos portadores de anillos de poder cayeron hacia la penumbra llevados por su propia ambición y son por eso los más fieles servidores del Dueño del Anillo Unico, a los elfos cautivos nadie les preguntó si querían ser degradados a orcos… así que mejor no arriesgarse a que la historia de los mamelucos pasando de esclavos a dueños se repitiera en la Tierra Media. Sobre todo considerando que lo que hace superior a Sauron no es su fuerza física ¡en El Señor de los Anillos ni siquiera tiene cuerpo!, sino su astucia malévola y sobre todo su condición de Gran Nigromante, ante el que incluso el poderoso Saruman se reconoce segundo, al que el mismo Gandalf se sabe incapaz de derrotar frente a frente. Entregar voluntariamente parte de ese enorme poder a esclavos útiles, estúpidos yatemorizados, de acuerdo… aunque a la vez siempre resentidos y por eso mismo peligrosos, sería tonto. Y Sauron tenía muchos defectos, pero no el de ser escaso de entendederas.
Entonces, ¿qué cultura puede tener un pueblo sin hembras, sin sexo, sin voluntad, sin futuro? Una puramente utilitaria, por supuesto.
¿Qué necesita un pueblo-ejército? Armas y armaduras para destruir a sus enemigos, comida y bebida que les den energías para hacerlo, una medicina especializada en curaciones de urgencia sobre el campo de batalla para cuando las cosas van mal, y poco más.
Tolkien, al describir las armas y corazas orcas, dice que no eran hermosas, bien que sí efectivas.Concebidas para infundir temor, al menos se les puede conceder cierta retorcida habilidad para la herrería. Aunque primitiva y limitada: no debieron ser de verasexpertos en aleaciones, porque el mithril élfico les causaba admiración y rabiosa envidia. Además, la frecuente mención de óxido recubriendo su armamento, de espadas y lanzas rotas, de cascos y escudos abollados en plena refriega, traiciona que el templado tampoco era su fuerte. ¿Se trataría acaso de armas de hierro puro, en contraste con los resistentes aceros de enanos, humanos y elfos?
Parecen haber poseído también ciertas aptitudes rudimentarias para la decoración: cabe suponer que el ojo de Sauron o la mano blanca de Saruman que usaban como distintivo en sus uniformes no se los bordaría, cosería o pintaría el mismo Señor Oscuro ni el traicionero mago blanco luego devenido multicolor. El que mientras los ejércitos élficos y humanos marchaban al combate con rutilantes armaduras y abigarradas sobrevestes los orcos, tropa nocturna por excelencia se ataviaran de negro, indica que tal vez la militarmente hablando bastante avanzada noción del camuflaje no les era del todo ajena ¿o quizás su vista habituada a la penumbra habría perdido la sensibilidad a los colores?
Sus cascos rematados por púas o cornamentas de animales dicen bien claro que buscaban un efecto psicológico de terror. No se lucha tan bien cuando el miedo paraliza los miembros. Del mismo modo, como en varias ocasiones Tolkien hace hincapié en lo irregular del aspecto de las huestes orcas, cabe suponer que las armas, armaduras y decoraciones de cada orco eran dejadas a su propia iniciativa… detalle por otra parte muy acorde con su feroz individualismo.
En cuanto a comida, no debían ser nada remilgados. Un ejército sin retaguardia, como sabe cualquiera con nociones elementales de estrategia, es un depredador por necesidad. Obligado a subsistir forrajeando las zonas que arrasa no puede estar formado por gourmets, sino por omnívoros pragmáticos que no le harían ascos a la carroña, a la carne de sus enemigos derrotados… o hasta a la de sus congéneres con menos suerte en combate.
Un ejército tan adaptable, gastronómicamente hablando, que es capaz de devorar lo mismo a sus propios muertos que a los del enemigo, no necesita cargar muchas vituallas en una contienda. Eso no significa que no tuviesen sus preferencias de menú. En un hipotético libro de recetas de cocina orca, junto a sapo hervido y filete descompuesto de oso, deberían figurar exquisiteces como la sopa de doncella o el fricasé de hobbit. No olvidemos que Merry y Pippin casi sirven de cena a sus captores antes que el ataque de los rohirrim les diera oportunidad de huir al bosque de Fangorn. En cualquier caso, no creo que les preocupara mucho el sabor o el grado de cocción del asado, mientras pudiera comerse, así que su cocina no debía ser muy refinada ni abundante en especias o condimentos sofisticados.
En cuanto a las prácticas médicas de los orcos, hay que suponer que, como los elfos que antaño fueron, pese a su amplia dieta y desastrosa higiene personal, rara vez enfermaban ni sufrían los achaques de la vejez humana y que su vida nómada constante no hacía muy NO ACABO DE ENTENDER ¿TIENES UNA AVERSIÓN PERSONAL CONTRA LA PARTÍCULA AUMENTATIVA “MUY”? IGUAL QUE EL “PERO” Y LA “Y”, PERTENECE AL IDIOMA ESPAÑOL POR PLENO DERECHO. NADIE HA ORIENTADO QUE NO PUEDE FIGURAR EN UN TEXTO…. temible la amenaza de los venenos. Su saber médico debía consistir casi exclusivamente en la curación de heridas… pero eso sí; concedamos que, aunque fuera por pura práctica, debían ser cirujanos de campaña bastante eficaces, si bien es de sospechar que sus remiendos no serían muy estéticos. ¿Y? A fin de cuentas, si se trata de infundir terror al enemigo ¿hay algo mejor que una buena cicatriz dentada o un queloides bien abultado?
La artesanía orca, si es que existió algo así, debía ser rudimentaria, además de escasa. ¿Para que perder tempo en construir cantimploras, botas y cosas así si otras razas las fabricaban mejores? Bastaba con golpear o morder al dueño de la que más gustara y asunto resuelto.
Música, es obvio que no conocían otra que el tañido de los olifantes y el retumbar de los tambores de regimiento. Quizás jactanciosas, elementales y rítmicas canciones de marcha al rudo estilo del US Marine Corps. Los orcos no eran vikingos ni dejarían sagas llenas de bellas imágenes del combate. Tampoco ninguna oda llorando su hogar perdido o la muerte de los chicos de su batallón, ni églogas cantando el delicioso sabor de la carroña de hobbit en salmuera o lo bien que arde la cabaña de una familia rohirrim… con la familia adentro, por supuesto.
Si alguna clase de arte podría esperarse que desarrollaran los orcos, por pura lógica deberían ser las marciales. En cambio, Tolkien insiste en describirlos una y otra vez como luchadores fuertes y feroces, instintivos y tenaces aunque torpes, sin un auténtico dominio de las artes del combate aunque llegaran a alcanzar notable y peligrosa habilidad en aquellas modalidades que no implicasen en enfrentamiento directo con la habilidad de otros oponentes, como por ejemplo en la arquería o el uso de la honda. En tanto que confiados en su fuerza bestial, amén de naturalmente armados con garras y colmillos como estaban, no cabe esperar que desarrollaran métodos complejos de lucha a manos libres como el kárate o el kung-fu. Cuando más, un rudimentario pancracio o lucha libre. Pero ni eso; al máximo que llega Tolkien es a describirlos golpeando toscamente a algún prisionero o enemigo. En realidad, combatientes que desde su primer aliento llevaban armas con ellos y a los que nadie trataría de desarmar porque a nadie le interesaba tomar como prisioneros no debían tener muy a menudo las manos desnudas.
Eso sí: aunque no fuesen demasiado hábiles o ágiles, los orcos eran extraordinariamente resistentes. Condenados a la infantería , eran capaces de moverse a paso redoblado o a la carrera con una celeridad que, como Aragorn, Legolas y sobre todo Gimli tuvieron ocasión de comprobar, no era cosa fácil imitar. Esta era una de las características que debió hacerlos especialmente temibles y útiles para los planes de su Oscuro Señor: pequeños contingentes de orcos, avanzando veloces entre las sombras, podrían pasar inadvertidos hasta que se reuniesen en una gran fuerza sitiadora. Los avances de ejércitos completos, como el de las tropas Uruk-Häi de Saruman contra la fortaleza del Abismo de Helm, debieron ser más bien excepcionales.
Obligados por el Señor Oscuro a una esforzada y vagabunda vida castrense, probablemente los más despiertos echarían de menos la soledad de su cueva, en la que, aún pasando hambre, siempre cuidándose de la furia de los “normales”, al menos ningún látigo, hierro candente o hechizo los obligaba a marchar jornadas interminables pesadamente armados ni pelear hasta la muerte. Pero ¿qué podían hacer? ¿Acaso declararse en huelga? Los guerreros élficos, humanos o enanos disponían del libre albedrío: siempre podían desertar, aunque ello significara cargar para siempre con el estigma de la cobardía. Ahora bien: los pobres, malditos orcos ni siquiera tenían esa opción: siervos desde su origen, esclavos de los oscuros designios de su creador, solo eran orcos mientras lucharan y obedecieran.
Un buen término contemporáneo para resumir su situación podría ser Servicio Militar Obligatorio Permanente. Descontando la ocasional satisfacción de devorar a alguien, incendiar algo o vencer alguna escaramuza, su existencia tendría muy pocas satisfacciones, y por si fuera poco, iba a estar siempre de un hilo. Con razón se la pasaban gruñendo y de mal humor; ¡así no había quien viviera!