Salvémonos por ese acertijo que troca el rumor de las gaviotas, sigamos construyendo una ciudad silencio, apostemos por el mar, circulémonos el mar, atrapemos la violencia de estos días.
Tendremos árboles en el comienzo, en la embestida de las horas frente a un óvalo crujidor, en tu ojo sexual a cielo abierto, en los carros embestidos por las horas y el óvalo de tu ojo sexual sobre la noche.
¿Qué buscas cuando presionas y revientas todos los rostros que yacen en las nubes como faros acuáticos obligados a callar frente al acrílico mutilador de faros? ¿Qué buscas entre la basura de la luz?
Calla el árbol y se aleja un bosque tronante. Perlas de ciudad desmayando cada habitación cerrada. Reflejos a pesar de lo demás cuando lo demás es lo demás. Desandas el rostro que corona al plenilunio.
Salvémonos por ese acertijo insolente que hizo el dolor de una herida servida a la especialidad del óvalo. Faros que simulas en la nocturnidad del fuego, en la rosa metafísica, en el mármol.
Sobra la distancia que se exige entre los árboles, y lo que se dice un río que despega del mar como un insecto, y la flexión descubierta invisible a todo espejo, y los que anuncian destrucción comprimiendo. Gabriela es ella.
Óvalo crujidor de faros, nace de la luz permitida y no dejes a deriva tu ojo sexual que el cielo abierto mece campanas como estómagos vacíos. Óvalo armador, continúa estos días raros.